A través de una investigación, se observó que en 2017 el término más cliqueado en España era precisamente este: ‘hipocondríaco’. En la sociedad actual también se ha producido un aumento progresivo de su prevalencia: como afirma el psicoterapeuta Nardone: “hemos asistido a un auge de la hipocondría, que se ha convertido en una epidemia psicológica. Se calcula que hasta un 15% de la población la padece”.
Seguramente también lo dicta la complicidad de la tecnología: gracias a Internet, todo el mundo puede buscar el diagnóstico de sus síntomas.

Si la hipocondría es un término que nos resulta familiar, la patofobia, menos extendida y más específica que la hipocondría, no lo es tanto.
La hipocondría y la patofobia son dos trastornos que, en cierto modo, pueden considerarse las dos caras de una misma moneda.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre hipocondría y patofobia? ¿Cuáles son los intentos de solución de unos y otros? Y, sobre todo, ¿cómo podemos salir de ella?
En este artículo intentaremos dar respuesta a estas preguntas.
Hipocondría
Cuando hablamos de hipocondría, nos referimos a la preocupación relacionada con el temor o la creencia de padecer una enfermedad grave. Suele basarse en la interpretación errónea de uno o varios signos o síntomas físicos.
Muchas veces, quienes padecen hipocondría tienden a escuchar y evaluar cada síntoma físico, aunque sea leve, como síntoma de algo más grave, o incluso perciben que hay algo que no va bien o un malestar real. De hecho, el quid de la cuestión es precisamente éste: la percepción y el sentimiento del hipocondríaco, que vive con la preocupación y la convicción constantes de que está enfermo.

Por lo general, el foco de atención nunca es el mismo: el sujeto puede, por ejemplo, centrarse en determinados síntomas u órganos durante cierto tiempo, pero luego cambiar en función de la presencia de otros signos.
Básicamente, por tanto, el sujeto percibe cada síntoma como preocupante.
Se ha observado que las enfermedades que más preocupan a estos sujetos son los cánceres, los trastornos cardiovasculares como los accidentes cerebrovasculares y los infartos de miocardio, las enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple y la leucemia, las enfermedades víricas o bacterianas como el ébola, el VIH o la sífilis y, por último, las enfermedades desconocidas.
A partir de la percepción exagerada de un síntoma y del consiguiente malestar, el sujeto inicia una verdadera “caza del diagnóstico”: puede realizar innumerables exámenes y pruebas para poder desenterrar lo que más teme, es decir, la enfermedad.
Evidentemente, todo esto sólo puede ser realmente perjudicial para el sujeto: con el tiempo, esta lucha continua contra cada mínima sensación corporal acaba convirtiéndose en una enorme fuente de estrés que puede provocar la bajada de las defensas inmunitarias del sujeto, creando una auténtica enfermedad.
En resumen, lo que uno más teme acaba por hacerse realidad.

Patofobia
El término patofobia, en cambio, se refiere al miedo a contraer una enfermedad y no al miedo a haberla contraído ya: cualquier señal inusual procedente del cuerpo sólo puede, por tanto, asustar exageradamente a la persona afectada, ya que se experimenta como un síntoma preocupante.
Por tanto, lo que parece caracterizar a la patofobia es precisamente ese miedo que surge de una amenaza concreta: la de contraer una enfermedad que podría incluso conducir a la muerte. De hecho, se temen sobre todo las enfermedades fulminantes, como la apoplejía y el infarto de miocardio.
¿Qué hace el sujeto para gestionar este miedo?
Muchas veces, la persona patofóbica intenta poner en práctica comportamientos específicos para evitar la posibilidad de contraer determinadas enfermedades: por ejemplo, puede evitar ir al hospital para no contraer una infección y evitar así perder el control.

Este miedo, estable en el sujeto, puede convertirse así en una verdadera obsesión, ya que le lleva a percibir cada síntoma como una señal terrible, al igual que hace el hipocondríaco.
El patofóbico, sin embargo, tiende a desterrar sus pensamientos angustiosos: intenta de alguna manera no pensar en ellos, por ejemplo evitando determinadas pruebas diagnósticas o exámenes médicos específicos.
Diferencias entre hipocondríaco y patofóbico
Miedo hipocondríaco a la enfermedad
Hombre angustiado por el miedo a la enfermedad
Como también se ha mencionado anteriormente, estos dos trastornos son bastante similares y, por lo tanto, puede resultar difícil incluso distinguirlos.
Pero sin duda hay diferencias. Veamos cuáles son.
El hipocondríaco experimenta un trastorno de ansiedad por enfermedad distinto del patofóbico.
El hipocondríaco, de hecho, experimenta cada síntoma con tal preocupación: no hay, por tanto, ansiedad centrada en una enfermedad u órgano concretos. Es el síntoma que se convierte en fuente de preocupación y pánico general.
El patofóbico, en cambio, está obsesionado con la idea de contraer una enfermedad: una enfermedad concreta.
Por lo tanto, la diferencia radica precisamente en esto: en el caso del hipocondríaco existe una ansiedad general por la enfermedad, en el caso del patofóbico una ansiedad específica.
Una segunda diferencia importante radica en el enfoque de la enfermedad.

El hipocondríaco, una vez que percibe un determinado estímulo y lo evalúa como amenazante, hace todo lo posible por buscar la confirmación de lo que está pensando, de ahí la enfermedad que imagina. Esto incluye un uso compulsivo de la tecnología para encontrar el diagnóstico, pero también una inmensa cantidad de visitas y pruebas diagnósticas: se hace de todo para encontrar el diagnóstico y, si no lo hay, se busca la tranquilidad del médico.
El patofóbico, en cambio, se comporta de otra manera: como tiene miedo de contraer una determinada enfermedad, hace todo lo posible para que esto no ocurra, pero sobre todo evita someterse a exámenes médicos o a cualquier otra cosa. Cuando percibe que tiene miedo o cuando su mente está sometida a estos pensamientos intrusivos, hace todo lo posible por ahuyentarlos: cualquier revisión que pueda confirmar lo que está pensando la evita puntualmente.
Los signos de la hipocondría y la patofobia
Pero, ¿cómo podemos saber realmente si padecemos hipocondría o patofobia?
Al tratarse de trastornos clínicamente establecidos, están presentes en el DSM-5 (Manual Estadístico de Diagnóstico), que señala criterios diagnósticos específicos.
En general, ¿cuáles son los comportamientos típicos de quienes padecen estos trastornos?
Veámoslos juntos.
El diagnóstico de la hipocondría
Hemos dicho cómo el hipocondríaco tiene una preocupación constante por su estado de salud y un miedo perenne a tener una enfermedad: por eso tiende a dar importancia a cada mínimo síntoma de su cuerpo, que vive como un signo de enfermedad.
Así pues, el problema de los pacientes hipocondríacos parece ser la duda: puesto que dudan de todo, esta duda, a su vez, sólo desencadena preocupación y ansiedad y, sobre todo, ciertos intentos de solución, entre ellos:
Investigación obsesiva en Internet para comprender los síntomas o incluso esbozar un diagnóstico. (Más información sobre cómo funciona el trastorno obsesivo compulsivo)
Pedir constantemente garantías médicas: esto se deduce de los innumerables exámenes de diagnóstico, que luego conducen a una verdadera obsesión porque se cree que los resultados negativos están dictados por una enfermedad oscura e insidiosa difícil de detectar;

Hablar constantemente del propio malestar, lo que, por supuesto, conduce al empeoramiento porque alimenta la preocupación y la ansiedad;
Comprobación constante de uno mismo (fijación fóbica): la ansiedad determina un estado de alerta constante en el sujeto que, por tanto, percibe cada mínima variación en su cuerpo. Obviamente, esto puede conducir a un verdadero estado de pánico, que luego tiene consecuencias desde el punto de vista físico. Esto se debe a que el estrés y la tensión se acumulan, provocando la aparición de estados patológicos;
Tener una visión distorsionada de uno mismo: existe una autoimagen caracterizada por la suposición de ser una persona frágil, vulnerable, débil y fácil de enfermar. Esta creencia es más bien general y global, pero se convierte en el núcleo de la propia identidad.
Como se señala en el DSM-5, la angustia del individuo no proviene principalmente del síntoma en sí, sino de la ansiedad derivada del significado, la importancia o la causa que se le atribuye (APA, 2013).
Entre sus posibles causas se encuentran enfermedades graves sufridas en la infancia o experiencias previas de enfermedad de un familiar que llevan a estos individuos a percibirse a sí mismos como frágiles y débiles.
Diagnóstico de la patofobia
El patofóbico también pone en práctica ciertos comportamientos que se convierten en una clara señal.
Entre ellas figuran:
Intentar desterrar el pensamiento: en este caso el sujeto ve la aparición de ese pensamiento preocupante y, como reacción natural, decide desterrarlo y apartarlo de su mente. Evidentemente, cuanto más tienda a alejarlo, más se repetirá;
Intentar reprimir los síntomas porque se experimentan como señales claras del propio miedo. De nuevo, la consecuencia es percibirlos aún más;

Hablar con cualquier persona sobre la propia preocupación. En este caso, sin embargo, no se trata de aliviar la ansiedad, sino precisamente de pedir ayuda sin tener que acudir necesariamente al médico;
No someterse a exámenes médicos o pruebas diagnósticas por miedo a que los propios pensamientos se conviertan en realidad.
Dejar de ir siempre al médico o evitarlo
Seguramente, si eres hipocondríaco, sientes una necesidad constante de ir al médico para tranquilizarte o, peor aún, para obtener respuestas a lo que piensas.
Pero, ¿realmente te hace sentir bien?

En realidad no, porque incluso en el caso de resultados negativos, esto no le tranquilizará en absoluto: sentirá un aparente alivio y estará tranquilo sólo durante un rato, y luego volverá a aparecer este malestar. Del mismo modo, si tiende a evitar al médico a toda costa, esto sin duda no le ayudará, porque esa visión negativa del médico sólo alimentará su miedo.