Los trastornos del espectro autista engloban una serie de síntomas que pueden variar en intensidad, pero que tienen en común la alteración de la capacidad para relacionarse, comunicar sentimientos y emociones, lo que dificulta enormemente las interacciones sociales.
Se pueden manifestar de diversas formas. Los padres o cuidadores observan que el niño no utiliza sonidos vocales o, si es un poco mayor, que tiene problemas de interacción social y comunicación no verbal.
Entre los síntomas más comunes se encuentran el comportamiento repetitivo, los trastornos del lenguaje, el escaso contacto visual, los rituales de limpieza y orden, la reiteración de palabras o frases, la reducción de los intereses y los trastornos del sueño. Algunas personas con autismo también pueden sufrir depresión o hiperactividad.
Entre las afecciones asociadas al autismo figuran la predisposición genética, el nacimiento prematuro, el síndrome alcohólico fetal, la distrofia muscular, el síndrome de Down y la parálisis cerebral. El proceso de diagnóstico comienza con la exclusión de una afección fisiológica y, a continuación, se procede a una evaluación psicodiagnóstica por parte de un especialista.
Los trastornos del espectro autista se clasifican como “espectro” precisamente por la gran variabilidad de síntomas y situaciones. Esto hace muy compleja la elaboración de planes de intervención “universales”, que deben adaptarse a cada persona. Por lo tanto, no existe ningún pronóstico ni procedimiento que sea siempre válido.
En cualquier caso, el acompañamiento de los padres y cuidadores del niño en su crecimiento es indispensable, tanto desde el punto de vista psicoeducativo para proporcionar estrategias de comunicación y relación con el niño, como desde el punto de vista del apoyo psicológico que los padres necesitan para hacer frente a las grandes dificultades que conlleva el autismo.